En nuestra última entrada del 4 de octubre explicábamos cómo la innovación social es un factor clave en la transformación del espacio urbano. Además, junto con la cohesión (o capital) social es también un factor clave en la construcción de resiliencia urbana. En esta entrada escribimos acerca del importante papel de la ciudadanía en la construcción de resiliencia.
La palabra resiliencia se utiliza cada vez más en los discursos relacionados con la sostenibilidad, llegando incluso a sustituir esta última en muchas ocasiones. Dependiendo del contexto, de quien esté haciendo uso de ella y con qué fin, podemos encontrar diversas acepciones del término: desde la visión más ingenieril que presupone que un ecosistema puede volver a un estado anterior (sin preocuparse de si ese estado anterior es el deseable) después de, por ejemplo, una inundación, un huracán o un terremoto; hasta los planteamientos más actuales que defienden que la resiliencia es una propiedad de los sistemas socio-ecológicos en constante evolución, puesto que los sistemas complejos, como los entornos urbanos, se encuentran en una situación de cambio constante y de búsqueda de sostenibilidad, no existiendo un estado de equilibrio deseable al que poder volver o avanzar.
Esta última acepción de la palabra resiliencia es la que hemos adoptado siempre en nuestro discurso. Las ciudades, los entornos urbanos, se encuentran en una situación de constante evolución, y para que esta evolución se traduzca en una mejora de la calidad de vida de sus habitantes y en un incremento de la sostenibilidad socio-ambiental que se mantengan en el tiempo (aunque el modo en que se sostengan pueda seguir evolucionando), es necesario que sean resilientes.
Como explicábamos en entradas anteriores, una ciudad resiliente es aquella que es diversa y que busca la autosuficiencia a través de un equilibrio con el territorio circundante. Pero la resiliencia urbana, puesto que reside en la capacidad de la ciudad y, por ende, de la ciudadanía, de auto-organización y aprendizaje para adaptarse a los cambios, tiene también mucho que ver con la innovación y la cohesión social (también denominada por muchos autores capital social). Ambas constituyen los dos últimos factores que promueven la resiliencia urbana.
La resiliencia consiste en adaptarse a los cambios. Continuos o discontinuos. Esperados o inesperados. La ciudadanía tiene que crear nuevas formas de actuar, de funcionar, tiene que innovar para adaptarse a estos cambios. Los espacios de participación ciudadana (formales o informales), el intercambio de información entre diferentes organizaciones y organismos (incluyendo las administraciones públicas), favorecen el aprendizaje, la creación de soluciones conjuntas y la innovación. Pero para que se dé esta innovación social, la ciudadanía debe estar cohesionada, organizada, deben existir redes sociales (y no nos referimos a las digitales), espacios de encuentro y herramientas que favorezcan la cohesión social.
Innovación y cohesión social las encontramos en muchas iniciativas ciudadanas de recuperación del espacio público. Por un lado, son iniciativas innovadoras, que responden a necesidades ciudadanas y que plantean alternativas al modelo urbanístico impuesto por el capitalismo neoliberal que trata al entramado urbanístico, a sus edificios y a sus plazas, como mera mercancía que se compra y se vende. Por otro lado, estos espacios recuperados para la ciudadanía, constituyen espacios de encuentro que favorecen la cohesión social. No sólo gracias al espacio físico en sí, sino a los proyectos autogestionados por el propio vecindario, que van desde huertos comunitarios hasta espacios culturales de muy diversa índole, que incrementan la apropiación y legitimación de las iniciativas y el sentido de pertenencia de los vecinos y vecinas a una comunidad.
Promover la participación ciudadana en la transformación del espacio urbano es clave, por tanto, para promover la resiliencia urbana. Para ello, tal como proponíamos desde el grupo de reflexión sobre participación ciudadana del Foro de las Ciudades, es necesario promover procesos y espacios participativos que respondan a realidades locales, pero que a su vez conecten con problemáticas de escala global, abordando las transformaciones urbanas desde una perspectiva socio-ecológica. Pero también hay que fortalecer los movimientos sociales y vecinales ya existentes que puedan servir de motor para nuevas iniciativas y grupos de acción; crear vías de intercambio entre iniciativas que puedan favorecer la creación de redes; fomentar la comunicación entre la ciudadanía y las administraciones locales; y, en general, favorecer la transversalidad, la diversidad y la versatilidad de las iniciativas.
Artículo originalmente publicado en la web de la Revista Ciudad Sostenible el 20 de octubre de 2016.