A continuación compartimos la entrada publicada en nuestro blog de la web de la revista Ciudad Sostenible, “La educación ambiental al servicio de la ciudad sostenible ”, el 15 de octubre de 2015.
A cualquier persona medianamente preocupada por cuestiones ambientales le habrá llegado el mensaje de lo importante que es conservar la biodiversidad para la sostenibilidad de nuestro planeta. Pero, ¿por qué es importante? ¿Qué papel juega la diversidad de especies en los diferentes y múltiples ecosistemas existentes? Empecemos por el principio.
Cuando hablamos de diversidad de especies o biodiversidad, podemos diferenciar dos tipos: la diversidad funcional o la diversidad de respuesta. Para saber la diferencia entre una y otra imaginemos un ecosistema cualquiera: un bosque, una laguna, una pradera… En todos ellos encontramos grupos de organismos con funciones concretas, por ejemplo, en la cadena trófica: depredadores, herbívoros, descomponedores… Por tanto, hay una serie de grupos funcionales que desempeñan un papel clave en el funcionamiento de su ecosistema, es lo que se denomina diversidad funcional. Si desaparece cualquiera de estos grupos, el ecosistema pierde una de sus funciones y cambia a un régimen diferente. Cada grupo funcional, a su vez, está formado por un número determinado de especies que responden de forma diferente a las presiones externas. Si un determinado grupo sólo está compuesto por una o dos especies, las opciones de respuesta ante un cambio brusco e inesperado son mínimas y, por tanto, es un grupo funcional muy vulnerable. Un grupo funcional con un número mayor de especies tiene mayor probabilidad de supervivencia en su conjunto. Esto es lo que se llama diversidad de respuesta.
La biodiversidad incrementa, por tanto, la capacidad de respuesta y la resistencia de los ecosistemas ante las perturbaciones, es decir, incrementa la resiliencia del sistema. Haciendo un símil, en las ciudades podemos hablar de diversidad urbana, no sólo para referirnos a las especies de seres vivos que las habitan, que aunque pasen inadvertidas son diversas, valga la redundancia, sino para referirnos a todos los elementos socio-ecológicos que componen los entornos urbanos: personas, colectivos, actividades económicas, usos del suelo, recursos alimenticios… Diversidad funcional en un entorno urbano es, por ejemplo, la mezcla de usos (residencial, dotacional, comercial…); diversidad de respuesta es, entre otros, el número de comercios de alimentación, el número de colectivos y asociaciones vecinales o el número de centros de educación primaria y secundaria. Todos ellos favorecerán la resiliencia del ecosistema urbano en su conjunto.
Dejemos de imaginar ahora el bosque, la laguna o la pradera, y pensemos en nuestros entornos más próximos, los entornos urbanos. ¿Qué diversidad encontramos? ¿Han potenciado las políticas públicas la diversidad urbana? La respuesta a estas preguntas dependerá del lugar en el que nos encontremos. Si nos encontramos, por ejemplo, en un barrio céntrico de una ciudad española con un tejido urbano consolidado, muy probablemente, la diversidad urbana será mayor que en un barrio periférico. El modelo de ciudad mediterránea, de tipología compacta y alta densidad poblacional, tradicionalmente ha potenciado la diversidad y mezcla de usos dentro del tejido urbano. Así, en los barrios céntricos, donde todavía se conserva gran parte de la esencia del modelo mediterráneo, nos encontramos diversidad de comercios y servicios a pie de calle (aunque cada vez menos), diversidad de equipamientos públicos, diversidad de colectivos ciudadanos que surgen gracias al posible encuentro de la ciudadanía en el espacio público y equipamientos existentes, diversidad y mezcla de usos… Sin embargo, el desarrollo urbanístico de las últimas décadas ha ido en una dirección muy diferente. Los nuevos barrios periféricos son tejidos urbanos de muy baja densidad en la que los usos están claramente diferenciados, dedicándose la mayor parte a uso residencial con grandes superficies comerciales localizadas en puntos muy concretos. Prácticamente no existe el pequeño comercio, ni los equipamientos y servicios que demanda la población, ni se potencia el encuentro de la ciudadanía.
Estas áreas, debido a su baja diversidad urbana y a procesos derivados de la rehabilitación de barrios tradicionales como la gentrificación, son muy dependientes del exterior, originándose una relación centro-periferia que no sólo se refleja en la configuración física del territorio y en los desplazamientos de la población que las habita, sino también en las demandas sociales y políticas. En resumen no son resilientes y están expuestas a los cambios sociales y ecológicos que se están produciendo. De ahí que sea necesaria una planificación territorial coherente con la realidad socioambiental, en la que se fomente la diversidad urbana, creando nuevas áreas de centralidad allí donde no las hay, potenciando, en definitiva, la resiliencia de nuestras ciudades. El próximo día 7 de octubre inauguramos un nuevo curso en La Casa Encendida, con una sesión abierta al público en la que hablaremos de todo esto y más. Os esperamos.