A continuación compartimos la entrada publicada en nuestro blog de la web de la revista Ciudad Sostenible, “La educación ambiental al servicio de la ciudad sostenible ”, el 18 de mayo de 2016.
Para que una ciudad sea resiliente debe ser capaz de adaptarse y responder a los cambios e incertidumbres que acechan los entornos urbanos. Y no es cuestión sólo de resistir al cambio, en la medida de lo posible; también, y aún más importante, de auto-organizarse para garantizar el funcionamiento del ecosistema urbano. Para que esto ocurra, es necesario incrementar la modularidad del sistema urbano y acortar los ciclos de retroalimentación que lo regulan.
La modularidad se refiere a la forma en la que los componentes de un sistema están conectados entre sí. En los sistemas altamente conectados, es decir, donde existen muchas uniones entre todos los componentes, si ocurre algo en una parte del mismo rápidamente repercute en el resto. De forma contraria, los sistemas con subgrupos de componentes – módulos – con fuertes conexiones internas pero relaciones débiles con otros subgrupos tienen mayor capacidad para auto-organizarse y seguir funcionando después de un cambio brusco e inesperado, debido a que los módulos pueden seguir en funcionamiento cuando otros fallan. Por ejemplo, un ecosistema urbano en el que hay muchas organizaciones pequeñas – asociaciones, empresas, cooperativas, movimientos sociales – funcionando será más resiliente que aquel en el que sólo hay unas pocas grandes organizaciones – gobierno, grandes empresas, grandes colectivos sociales – estrechamente relacionadas entre sí que controlan el funcionamiento del ecosistema. En el primer escenario, las organizaciones colaboran entre sí pero funcionan de forma autónoma y si alguna atraviesa un periodo de crisis o deja de existir el resto podrá seguir funcionando; mientras que en el segundo, las decisiones tomadas por cada una de estas organizaciones o lo que ocurra en cada una de ellas, sea beneficioso o perjudicial, afectará a todo el sistema.
Por otro lado, los ecosistemas están regulados por ciclos de retroalimentación que influyen en la rapidez en la que las consecuencias producidas por un cambio en una parte del sistema son sentidas y respondidas en el resto del mismo. Actualmente, en las zonas urbanas estos ciclos son a gran escala y difíciles de identificar, debido al proceso de globalización que han sufrido las ciudades. La escasez o la subida de precios de un producto pueden deberse a acontecimientos ocurridos en países lejanos – por ejemplo, conflictos armados o desastres climáticos que afectan a la producción y distribución de ese producto – siendo muy difícil para la población y los gobiernos conocer la causa exacta de lo ocurrido, reduciéndose su capacidad de actuación. Además, en los ecosistemas urbanos muchos ciclos no se cierran, y tendríamos que hablar de flujos de entrada y salida.
Tanto para incrementar la modularidad del sistema como para acortar y cerrar estos ciclos es necesario promover la autosuficiencia de los ecosistemas urbanos. Sin embargo, los entornos urbanos se caracterizan por ser ecosistemas heterótrofos que dependen de otros ecosistemas para su subsistencia. Utilizan materiales, energía e información provenientes de otros ecosistemas y producen residuos y contaminación que salen fuera del sistema urbano. Consumen mucho más de lo que producen y, al contrario de lo que ocurre en la naturaleza, como ya mencionábamos anteriormente, los ciclos no se cierran.
Ante este panorama, ¿tiene sentido hablar de autosuficiencia urbana? Una de las razones por las que los ecosistemas urbanos dependen de los servicios de otros ecosistemas es su enorme consumo y su incapacidad de generar todos esos servicios que demandan. Intrínsecamente a su carácter urbano, ni aún reduciendo su nivel de consumo, una ciudad no podría ser autosuficiente. No tendría sentido, por tanto, hablar de autosuficiencia urbana.
Pero aunque la ciudad no pueda ser autosuficiente, no deja de ser un objetivo de la ciudad sostenible y resiliente reducir su consumo, reducir los flujos de entrada y salida de materiales y energía, cerrar los ciclos, e incrementar, en la medida de lo posible, su autosuficiencia. Todo esto, además, cobra más sentido, si consideramos la ciudad insertada dentro de un territorio, o biorregión, del que puede obtener los servicios que necesita y del cual depende. Si nuestras acciones van por el camino de que la ciudad se abastezca de los entornos próximos y no de ecosistemas lejanos, sin exceder la capacidad de carga de dicho territorio, sí podemos, y debemos, hablar de autosuficiencia urbana.
Un ejemplo reciente de construcción de resiliencia fomentando la autosuficiencia a nivel regional es la Plataforma Madrid Agroecológico, que reúne a productores y consumidores de la Comunidad de Madrid con el objetivo de fortalecer las relaciones e intercambios entre todos los actores involucrados y fomentar el cambio de modelo del sistema agroalimentario de la Comunidad. Una plataforma que no sólo busca incrementar los flujos de intercambio internos sino que fomenta la participación y la cohesión social, otro factor necesario para incrementar la resiliencia urbana. Pero de ello hablaremos en otra ocasión…